La vida a veces nos da oportunidades únicas e irrepetibles.
Es por eso que en una fecha tan especial como la de hoy, tuvimos el agrado de
poder entrevistar a Julio Vazquez, ayudante de campo de Omar Labruna y sobreviviente
de la guerra de Malvinas. En modo de homenaje, para él y para todos aquellos
que defendieron a nuestro país en una batalla injusta y desigual, le pasaremos
a comentar las vivencias, en primera persona, de un veterano de guerra.
Tan sólo 19 años tenía Vazquez cuando fue notificado de que
debía ir a defender, como sea, a su país ante los ingleses. Si, era un pibe que
se dedicaba, como cualquier otro, a hacer lo que más le gustaba, jugar al
fútbol. Es más, ese mismo sábado el club en el cual jugaba y que militaba en la
Primera D, Centro Español jugaba ante Central Ballester y dentro de su joven
inconciencia pese a ser avisado por telegrama de que iba a la guerra, él se
calzó los botines y salió a la cancha, “Yo estaba jugando en Centro Español el
sábado 13 de abril de 1982 que fue la marcha en Plaza de Mayo. Ese mismo día me llegó
un telegrama con la citación para ir a las Islas Malvinas, pero como soy un
enamorado del fútbol me fui a jugar el partido ante Centro Ballester, luego me
bañe tranquilo, me fui a mi casa, dormí, me levante el domingo les avise a mis
padres que me habían citado y el lunes fui a presentarme” comentó Julio.
El grado de patriotismo y sentimiento por lo nacional en la
gente era altísimo e importante, a tal punto que el padre de Vazquez, el mismo
día que convocaban a su hijo a la guerra estaba en la Plaza. “Había una gran
inconciencia de todos. En sí, no sabíamos donde íbamos… y por el otro lado me
cae la ficha cuando termino de jugar, ya que me fui del vestuario llorando sin
saber que me pasaba”, sostuvo. La ficha empezaba a caer, la guerra comenzaba a
presentarse en su máxima expresión y había que ir a combatir, como sea, sin
preparación, sin los equipamientos adecuados, yendo a lo vulgar, fueron a remar
en dulce de leche con dos escarbadientes. Pero allí estuvieron, aguantando situaciones inhumanas, viviendo una
vida al extremo desde que llegaron hasta que se fueron, “allá en Malvinas yo
era infante de ejercito, teníamos la función de cuidar una bahía junto al grupo
de avanzada de la compañía A del regimiento de Mercedes. Pasábamos todo el día
en dos pozos de 60 x 2 metros cuidando el sitio, y una casa donde teníamos
todos los proyectiles y las municiones” profundizó el ex combatiente que dio un
panorama de dónde se encontraba pero aún no relató lo que realmente vivió allí.
Fueron 42 días de sufrimiento, de desvelo, de frío y de
hambre, en dónde Julio Vazquez y su grupo realizaron locuras por un poco de
comida ya que ante la faltante de provisiones debido a que no se sabía cuando
iba a terminar semejante martirio, debieron ir a ultrajar comida a los
pabellones que se encontraban a 10 kilómetros de distancia, “En medio de la
hambruna dos del grupo iban a buscar alimentos al aeropuerto que ya había sido
bombardeado. En una de esas incursiones en la que íbamos a robar cosas para
comer, el sub oficial Ricardo Rodríguez nos descubre, nos mete presos y nos
retiene durante siete horas en una casa que pertenecía a la Fuerza Aérea. A las
cuatro de la tarde, bajo amenazas de que nosotros no teníamos nada que hacer
ahí, nos trasladan hasta el comando de la Fuerza, nos meten en una pieza y ahí
Rodríguez nos esperaba con una gran merienda y además nos regalo la chaqueta de
Fuerza Aérea que tenían corderito por dentro, cosa que las nuestras no poseían”
explayó que además con una sonrisa comentó “yo creo que se apiadó de nosotros
al vernos tan débiles y caídos. Terminó siendo una situación tragicómica y voy
a estar agradecido de por vida al sub oficial”.
Sobrevivir en Malvinas no era fácil y sobrellevarla era un
karma. Para poder superar esto había que tener un fortalecimiento mental increíble y del cual el ex ayudante de campo de Nueva
Chicago se siente dichoso de haberlo tenido y de seguir teniéndolo, “Hasta el
27 de abril no pasó nada, nos acomodamos en el lugar. Estábamos rodeados de una
gran inconciencia porque no sabíamos lo que hacíamos. Luego del 1 de mayo
tuvimos que soportar los bombardeos navales que eran muy fuertes y de muchas
horas, los aviones ingleses nos pasaban a 15 metros de altura y lo más traumático
era que sabías que si a uno de los pilotos se le ocurría tocar un botón y
arrojarnos una bomba, éramos hombres muertos”, sostuvo. Sus ojos húmedos y vidriosos
hablaban más que sus propias palabras. Pese a haber pasado 33 años del
acontecimiento, parece ayer lo sucedido y en medio de la emoción remarcó algo
que sienten todos los sobrevivientes de dicha batalla, “lo que me quedo de
remanente para el resto de mi vida es saber que… VOLVIMOS A NACER”.
Mientras ellos luchaban por nuestro país, acá se tergiversaban
muchas cosas. Con un Mundial de fútbol entre medio, la dictadura a flor de
piel, las noticias que llegaban sobre la guerra eran positivas, esos chicos que
salieron a lucharla estaban haciendo historia y ¡estaban ganando! ¿Pero era
realmente así? “Es cierto que se junto el Mundial, que la guerra era lejos de Buenos
Aires y era un episodio algo atípico, pese a que había corresponsales buenos
como Nicolás Kazanzew, que hacía una labor de alto riesgo y además nos compraba
comida ya que había un cepo en la Isla que no nos permitía comprar en los
negocios. Por otro lado, la dictadura dejaba que se enteren algunas cosas o que
se modifiquen algunas otras. Era cierto que pasábamos hambre, teníamos frío y
que no teníamos ropa para cubrirnos y acá llegaba eso pero tapado con que había
cosas de que estábamos mejor”, opinó Julio.
Con la intervención del Papa Juan Pablo II
de por medio el 11 de junio de 1982 en dónde realizó en Buenos Aires un
llamado a la paz, tres días después los Generales Jeremy Moore y Benjamín Menéndez
se establece el alto al fuego y la rendición de las tropas argentinas. La
guerra había finalizado e Inglaterra logró quedarse con lo ajeno. Fiel a su
costumbre de pirata ultrajó las Islas en un acto que se llevó 649 héroes
argentinos y 255 soldados ingleses, “Nosotros estábamos en nuestras posiciones
y el teniente Moyano nos aviso que la guerra había finalizado” recordó.
Era hora de volver a casa y él fue un afortunado que pudo regresar,
aunque su familia, trágicamente, ya lo había dado por muerto ya que no tenía
noticias suyas “Me sigo emocionando, por el sufrimiento de mi familia, ellos no
tuvieron noticias mías los últimos 18 días y pensaban que estaba muerto, yo a
mi casa llegué golpeando la puerta, nadie me esperaba ahí”, comentó con la voz
entrecortada por la emoción del recuerdo.
Pese a que la guerra fue dura, el martirio aún no había
terminado. La vuelta a casa tuvo sus condimentos ya que por ejemplo, tras pasar
cinco días en una escuela dónde los alimentaron y le dieron abrigo para “reacondicionarlos”,
no los dejaban subir al tren por no tener dinero para pagarlo, “yo cuando me fui
el 13 de abril, pesaba 65 kilos y volví el 18 de junio con 50. En el corto
plazo de que duro toda la guerra baje 20 kilos. La vuelta fue muy rara porque
llegamos a Buenos Aires y nos meten en una escuela cinco días para acondicionaron,
ya que dormíamos calentitos, limpitos y comíamos muy bien. Luego de eso nos dieron
la ropa de civil y nos mandaron a nuestras casas. Cuando íbamos a tomar el tren
no nos dejaban subir porque no teníamos plata para el boleto. Es más, el único
que se apiado de mí fue el colectivero porque le dije que no tenía un mango ya
que venía de la guerra. Por más del engorde estábamos mal por el frío, allá
soportamos temperaturas extremas de entre 2 a -4 grados con vientos de 90 km
por hora. Yo volví con tres dedos del pie congelados, que gracias a dios los
pude salvar, estábamos días enteros con los pies mojados” sentenció.
Treinta y tres años después, Julio Vazquez pudo salir
adelante en su vida y pese a emocionarse con algunos recuerdos puntuales, habla
con total naturalidad de lo que vivió él en Malvinas. Parte de esto confiesa
que se lo debe al fortalecimiento mental que debe tener uno luego de vivir
estas indeseables experiencias, “la guerra me fortaleció mentalmente para
soportar las cosas de la vida. Tuve la entereza, la inteligencia y la familia
que me ayudo a llevar esto para adelante. Me siento un tipo afortunado de estar
acá. Esto fue lo peor que me paso en mi vida. La guerra me enseño a sobrellevar
y sobreponer las situaciones cotidianas”.
Su vida continúo y el destino quiso que, a sus 52 años,
Vazquez secunde a Omar Labruna en Chicago y logre nada más y nada menos que un
ascenso a Primera con nuestra institución. Aquel chico que de la nada debió ir
a defender a su país con poca instrumentación y equipamiento, hoy vive un
presente impensado. Con un buen pasar junto a su familia, la vida le dio revancha
y tuvo la suerte de concretar logros en lo que más lo apasiona, el fútbol, haciendo
algo que parecía imposible a comienzos del 2014 en Nueva Chicago, jugar en
Primera.
Más de cuarenta minutos de charla fueron suficientes para
entender un poco de lo que se vivió en esta injusta guerra y para cerrar Julio
dejó un mensaje claro: “Siempre que vean a un ex combatiente, pregúntenle,
somos la historia viviente y nosotros vivimos todo esto. Es bueno que la
juventud que no sabe lo que paso en esta guerra capte que hay gente,
los veteranos de guerra, que se lo puede comentar en primera persona”.
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